Me salgo de estereotipos, de típicos físicos.

Eh mira, ¿la ves? Es esa niña de la sonrisa fingida, la cabeza baja y el paso lento. Sus piernas cada vez son más delgadas, apenas tiene fuerza para mantenerse en pie, le cuesta avanzar cada vez más, pero ahí sigue, intentando salir adelante. En su casa han dejado de escucharla, y ella se ha cansado de gritar callada para pedir ayuda. La soledad la llama, pero no se da cuenta de que en la calle miles de miradas indiscretas no dejan de imaginar qué le ocurre.

La gente sólo aparenta conocerla, nadie tiene idea de lo que pasa todos los días dentro de ella. Todo lo que sus escasas palabras muestran está muy alejado de la realidad, de lo que sus ojos esconden y de todo lo que oculta tras esa media sonrisa.

Nadie sabe lo que en realidad siente, ni lo que piensa al intentar levantarse cada mañana y ver que cada vez le cuesta más a pesar de querer seguir luchando.

Porque ya no depende de ella, es su cuerpo el que ya no responde y es su corazón quien ha dejado de escucharla.

A día de hoy sólo tiene fuerza para recordar el principio de su final, eso que causó que poco a poco fuese siendo una persona más débil: malas miradas entre clase y clase, insultos en todos y cada uno de los recreos y un simple “gorda” de aquellos que dijeron quererla.