lunes, 30 de diciembre de 2013

Móvil. Canción favorita. Volumen al máximo. Sales. Puede que se te olvide algo... ¿la cartera? (¿Quizá la sonrisa?, tampoco es común que la lleves encima.)
Subes al ascensor, el mismo olor a tabaco de ese vecino que no soportas.
Sales a la calle y llueve. Nada mejora.
Qué suerte los que tienen a alguien a quien abrazar en estos días, ¿eh?.
"Sola estás mejor.", "Así no dependes de nadie, puedes hacer lo que quieras.", pero luego llega el puto invierno, y qué, ¿quién llevaba razón entonces? Llegan los días de frío y... nada, sólo frío.

Durante unas semanas te encuentras algo mejor, quizá sea algo (probablemente alguien), pero estás mejor. Estás bien hasta que vuelven. Quizá no vuelvan porque nunca se van del todo, y eso, eso es lo que duele. Aparecen, te hacen feliz, se van, te rompen, luego vuelven. Como si fuera fácil levantar una ruina hecha trozos. Cómo si las palabras pudieran arreglar lo que un día ellas mismas destrozaron.
"Ignóralos, deja de caer una y otra vez, no se lo merecen, no contestes." Ojalá decirlo fuera igual de fácil que hacerlo. Porque puede que lo peor no sea que vuelvan, puede que lo peor sea que tú no te vas. Te dejan ahí, sola en medio de lo que alguien llamó vida, y tú no te vas, esperas. Sería más inteligente moverte, buscar alguien que pueda hacerte compañía en eso a lo que alguien puso un nombre -pero que ni tú ni nadie sabe qué es- pero no, esperas, porque "¿y si vuelve?".
"Ey, te he echado de menos." Ojalá.

Sigue lloviendo.
Móvil. Canción favorita. Volumen al máximo. Vuelves a casa. Puede que se te olvide algo...
Me paso la vida escuchando cosas como "Me faltó tu apoyo" o "En ese momento te necesitaba", pero, ¿qué hay de mí? Puede que a sus ojos no necesite apoyo porque no lo pido, o no necesite a alguien porque aparente estar bien sola pero, como ya he dicho, sólo a sus ojos.

Un día, llega el frío, y ves que no hay nadie. Que eres como esa vieja figurita de cristal que suele estar en una estantería, inmóvil, que nadie teme que caiga (y tampoco hacen nada porque no lo haga), porque simplemente no se mueve y saben que permanece siempre ahí, pero no tienen en cuenta que a veces... caes. Y te rompes. Y es entonces cuando se dan cuenta que en su día debieron tener cuidado. Pero ya estás roto.

Quizá deba culparme por no ser lo suficientemente fuerte como para reconocer que puede que sola no esté tan bien. Incluso puede que deba hacerlo por esperar demasiado de los demás. ¿Y los intentos por mantenerlos conmigo? Sí, es posible que también sea culpable de eso. Habría sido mejor asumir que sólo nos rodeamos de compañeros de viaje, de gente que te acompaña en un momento de tu vida pero que tarde o temprano se va. Así, no podré decir que se han ido. Diré que me acompañaron ya un tramo, y que es mejor que me acompañe otra persona a partir de ese momento. -Y sí, puede que ésta sea una de las mayores verdades que me han podido decir en mucho tiempo.-

No avisaste de que podías caer. No se preocuparon porque no cayeras. Y ya estás roto.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Oír y ver cosas que ya no sabes si creer, no sabes cuál tener en cuenta porque cada vez son distintas. Te olvidas de alguien que con el tiempo aparece, conoces a gente que con el tiempo te olvida. Llega ese punto en el que lo tienes todo sin tener a nadie. En el que no piensas en nada pero piensas mil cosas a la vez. Ese momento en el que ni tú sabes lo que quieres, y en el que tampoco sabes qué quieren los demás de ti.

viernes, 27 de diciembre de 2013

440.

¿Y ya está? Unas cuantas fotos con una sonrisa -para entonces sincera-. Conversaciones hasta alta horas con los ojos medio cerrados y, en alguna ocasión hasta lágrimas derramadas. Unos números que estaban ahí desde un principio, desde mucho antes de conocernos, pero que cada vez duelen más. Y unas palabras que, un día provocaron la sonrisa más grande del mundo y las lágrimas más sinceras conocidas, pero que hoy ya no están. ¿Eso es todo?

Siempre he pensado que todo acaba. Si es cierto que más de una vez se te pasa por la cabeza, e incluso llegas a decirlo, que algo será para siempre, pero está demostrado que no es más que un intento por hacerte creer que será así. Porque antes o después, todo acaba, todo se va y todo el mundo te olvida.

Por aquel entonces se me pasaba por la cabeza que sería para siempre, y claro, claro que lo dije. Y sí, era, más que nunca, un intento por hacerme creer que podía ser así. Empezaba algo que no quería que acabara.

No era todo lo que siempre había estado buscando, pero sí todo lo que había perdido poco a poco con el paso de varios años y que me faltaba. Ocupaba mis 23 horas -al menos las 17 en las que me mantenía despierta- y ni aun así me parecía mucho. Siempre había algo de que hablar o discutir como era habitual. Pero, ¿y qué? Aunque fuera para discutir estaba ahí. Estaba ahí, incluso antes de todo esto. Como en la sombra, como si esperara el momento justo para aparecer. Y lo hizo. Puede que se acercara con la excusa más estúpida, pero fue lo suficiente para que algo -que sigo sin saber muy bien qué fue- me empujara irremediablemente a prestarle mi ayuda cuando la necesitó. No sé si se llamará destino o simplemente suerte, pero lo que sé con seguridad es que fue la casualidad más bonita de mi vida. 

Desde ese momento, desde esa excusa estúpida y ese mensaje oportuno -pero sobre todo desde ese "a saber qué quiere este ahora"- han pasado cerca de 10 meses. 10 meses como 17 años. Porque al fin y al cabo, es como si fuera toda una vida la que llevamos juntos. 10 meses en los que sólo 3 me bastaron para poder etiquetarlo como "mi mejor amigo" (que no es que me hayan gustado siempre las etiquetas, pero no había mejor manera para referirme a él. La etiqueta era perfecta para él y él era perfecto para la etiqueta.)

Siempre había intentado no llorar delante de nadie, por mostrarme fuerte o no mostrarme débil, o simplemente por estupidez, pero con él ya no importaba. Un "ojalá yo abrazándote ahora" que era capaz de hacerme llorar delante de una cámara como si volviera a tener 5 años, que me impedía mantenerme recta, supongo que por un dolor que te oprime el pecho porque duele necesitar ese abrazo y no poder.
Hoy en día, y es algo que tampoco sé por qué, prefiero evitar que sepa que lloro. No sé si es que he vuelto a ser igual de tonta, o que no quiero que se sienta culpable de mi debilidad, pero prefiero que sea algo que quede para mí.

En realidad, no sé ni por qué escribo... O bueno, puede que esto sí lo sepa. Y quizá sea porque era a él a quien le contaba todas y cada una de las cosas que pasaban por mi vida. Pero, ¿ahora qué? ¿Y si ya no está? ¿Y si lo peor de todo es que necesito escribir sobre él porque tengo miedo de que un día no esté del todo, porque puede que lo pierda? Quizá sea porque duele. Duele 440 veces.