Estoy en
ese día en el que me doy cuenta de que todo ha cambiado. He pasado de sentirme
la persona más afortunada del mundo, de creer que lo tenía todo, o casi todo, a
ver que estoy sola por completo, me falta algo que me mantenía en pie
constantemente. Alguien que me mantenía siempre fuerte y que era capaz de
sacarme sonrisas hasta cuando lo veía imposible.
Soy de las que piensa que siempre
debemos andar con pies de plomo a la hora de tomar decisiones. Que todo aquello
que digamos, hagamos, o incluso pensemos, nos afecta a nosotros mismos, por
supuesto, pero también a los demás y a veces con mucha más fuerza. Tú has
decidido marcharte, y esta vez para no volver. Es tú decisión, y soy yo quien
la sufre.
Pero, ¿qué puedo hacer ya? He
pasado, pisado y sobrevolado ese punto que ya desbordaba de intentos por
continuar, he cruzado la línea que contenía las ganas de intentarlo. Y nada. Sólo
he conseguido que vuelvas a marcharte.
En cuestión de horas te has ido
tú y te has llevado, sin quererlo (o eso creo) ese punto y esa línea que
resumían los últimos meses de mi vida. Todos basados en buscar en una sonrisa
que jamás fue la mía.
Creí tenerlo todo todo el tiempo, que todo iba bien.
Creí tener mi gente pero fue un espejismo que ver. Creí saber verdades hasta
que aparecieron mentiras que taparon todo lo que todos me mostraban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario